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ISSN 1989-4163

NUMERO 70 - FEBRERO 2016

La Verdad Duele

Itzíar Mínguez

AMY. La chica detrás del nombre. Director. Asif Kapadia. DVD

 

Amy (La chica detrás del nombre) es mucho más que un documental. Es una inmersión en la verdad que rodeó la vida y la muerte de la grandiosa Amy Winehouse. Hasta ahora teníamos las especulaciones que se hicieron el día de su muerte y las informaciones que se dieron los días posteriores, autopsia en mano. Después el mito siguió su curso y hoy no quedan demasiadas preguntas en el aire solo su prodigiosa voz que sigue poniendo de manifiesto la certeza de que estamos ante una de las mayores figuras de la música. Como ya hiciera con su premiado documental Senna, el director Asif Kapadia, se pone los guantes de cirujano, coge el bisturí y hace una disección aséptica, objetiva de la figura de Amy Winehouse, desde las grabaciones caseras inéditas que nos muestran una Amy adolescente pero ya con hechuras de estrella, hasta las secuencias finales donde, ya inmersa en una espiral incontrolable, agonizaba sobre los escenarios pidiendo una ayuda que nadie parecía dispuesta a darle. Amy no es un documental al uso, nada de bustos parlantes y voces en off mientras vemos fotos de archivo sobre la ascensión y caída de una estrella. Amy se ve como una película. Está rodada con maestría, la cantante está omnipresente, es su voz, su propia narración en primera persona y las voces de sus allegados quienes ilustran toda la imagen que recorre la cinta. Hay mucho metraje que ha quedado fuera del bestial material que los allegados cedieron  y aún así estamos ante tres horas que son un verdadero prodigio audiovisual, donde hay un in crescendo inquietante, una tensión que palpita en cada fotograma y que se mantiene a lo largo de toda la película. De las primeras imágenes de una Amy tímida, gamberra, provocadora, flanqueada por sus amigos (los únicos que estuvieron hasta el final e hicieron lo posible por evitarlo) vamos asistiendo a los primeros pasos en el mundo de la música. No fue una de esas figuras a las que le costó trabajo llegar a lo más alto. Desde el principio supieron apreciar el material precioso que había en ella. Aún adolescente ya había firmado con una multinacional su primer trabajo Frankie con el que ya obtuvo reconocimiento, fama y prestigio. Lo demás vino solo. Los genios son así. No les cuesta. En esta inmersión en la verdad que hace Kapadia -huyendo de los aledaños donde se ha sembrado una versión oficial muy lejana a la realidad- descubrimos muchas cosas, como que el problema no fue la fama mal digerida, ni sus adicciones, ni sus excesos. Amy partía con el hándicap de su extrema vulnerabilidad. Y no tuvo a su alrededor los elementos que le hubieran podido ayudar a gestionar su fragilidad. El éxito no le importaba: “El éxito es tener la libertad de poder trabajar con quien yo quiera”, dijo. Le hubiera ido mejor si se hubiese quedado con Nick Shymanski, su primer manager, su protector, su amigo, el único que sabía, junto a sus amigas de la infancia Lauren y Juliette, que Amy era frágil, que podía romperse. Amy también era consciente. Escribía canciones ‘porque sé que estoy mal de la cabeza y tengo que plasmarlo en el papel para sacar algo bueno a partir de algo malo’, confesaba una jovencísima Amy Winehouse. Ni siquiera quería ser famosa pero no pudo remediarlo: ser famosa no significa una mierda –dijo. Si de verdad pensara que soy famosa me pegaría un tiro en la cabeza porque me da miedo, mucho miedo –añadió. Amy era una chica con miedo. Miedo a estar expuesta, miedo a salir de su propio universo, miedo al abandono, debido tal vez a que su padre se fue de casa siendo ella una niña y no volvió hasta que olió el dinero que su hija generaba y decidió regresar para quedarse. Dio señales de su miedo que no quisieron interpretar. Con 15 años le contó a su madre que había encontrado un método genial para comer y no engordar: “como lo que quiero y después lo vomito”. Su madre dice que no le dio importancia. Se lo contó a su marido y él tampoco se lo tomó en serio. Esa era la verdad que rodeaba a Amy. Los padres están indignados con el resultado del documental y no me extraña. Les han dejado en evidencia con el material que ellos mismos cedieron a Kapadia. La verdad estaba ahí y Kapadia lo que ha hecho es ordenarla, gestionarla, atar cabos, colocar –con su extrema sensibilidad y magisterio para encontrar el matiz- cada cosa en su sitio para que la lectura final tenga un sentido que se acerca tanto a la verdad que duele, sobre todo a lo que salen perjudicados con ella. Aparte de las maniobras de su padre, Mitchel Winehouse, y de la pasividad de su madre, hay un nombre propio que muchos han señalado como el verdadero responsable de la  decadencia y muerte de la estrella: Blake Fielder, quien fuera su marido y compañero de excesos. El  que invitó a Amy a probar la heroína por primera vez. “Haré lo que tú hagas”, le dijo Amy. Y así fue. Ni la fama mal asumida, ni las drogas: “El amor me está matando” dijo Amy. La historia acabó mal, con Blake encarcelado y Amy entrando en una espiral. Sus amigos intentaron que se desintoxicara pero ella dejó que la decisión la tomara su padre: su padre dijo que no lo veía necesario. El problema fue ese: Amy siempre hacía lo que su padre y Blake le decían. Y ellos sabían que era así. Ambos la necesitaban frágil y dependiente, sumisa. El primero por dinero, el segundo porque a través de ella el acceso a las drogas era fácil y gratis. Sus amigos se rindieron, cambió de manager, desaparecieron de su camino las únicas personas que no pedían nada a cambio de quererla. En su peor época los mismos medios que la encumbraron empezaron a hacer chistes de malísimo gusto que la hundían en la más profunda de las miserias. Cuando le dieron 5 Grammys estaba desintoxicándose, exigencias del contrato; la cara de Amy cuando su admirado Tonny Benet pronunció su nombre como ganadora, produce una ternura infinita. Amy hizo subir a su amiga Juliette al escenario, a quien se agarró como a una tabla de salvación, luego le dijo: “Jules, sin drogas esto es un rollo”.  Juliette supo que no había remedio y le dio un ultimátum que era en realidad una declaración de amor: “Te quiero pero no me gusta en lo que te has convertido y no quiero estar cerca de ti”. Recayó y volvió a intentar desintoxicarse, más sola que nunca. Estaba en ello cuando suplicó que anularan los conciertos pendientes en Europa. Ni su padre ni su manager lo vieron necesario y fruto de esa negativa son las imágenes de su concierto en Belgrado, completamente borracha sobre el escenario, con su público silbando, los medios haciéndose eco, los presentadores que la habían llamado diosa, llamándola “caballo” en su doble acepción. Terrible. Todo eso mató a Amy. Su amigo y ex manager dijo que su segundo y último álbum Back to Black la mató. “Nunca debió nacer Back to Black”, escuchamos decir a un hundido Shymanski. Ella escribió la canción que da título al álbum en dos horas. Las imágenes de la grabación del tema en el estudio son una joya de incalculable valor para quienes la admiramos. Una de las mejores canciones de la época moderna no debería haber sido escrita, pero la escribió. Ahí empezó su fin. Era su legado o ella. Amy Winehouse eligió lo primero.

 

 

 

Amy

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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